
El asesino de ETA, Ignacio de Juana Chaos sigue mofándose de España y de los españoles. Tras la vergüenza nacional que supuso comprobar cómo el presidente del Gobierno trasladaba al hospital de San Sebastián, por supuestas razones de salud, a quien, sin embargo, no pestañeó en el momento de segar la vida de veinticinco inocentes, ayer nos enterábamos, -vía El País- de que el etarra lejos de permanecer a disposición judicial, aprovecha también las supuestas razones médicas para irse de compras, como un ciudadano libre cualquiera.
Lo más indignante no es evidenciar que el terrorista sigue gozando de prebendas y privilegios que se le negarían al más común de los presos. Ni siquiera que lo haga ostentosamente, acompañado de su novia y viajando en coche particular, cuando en estricta justicia –y siendo bondadosos- debiera permanecer sepultado entre rejas de por vida. Nada puede sorprender, a estas alturas, de quien carecía de reparos a la hora de fornicar en el hospital a la vista de los policías que lo custodiaban. Lo verdaderamente insultante es que todos estos hechos se hayan desarrollado no ya ante pasividad del Ejecutivo, sino con su anuencia rayana en complicidad. Basta con escuchar a Fernández Bermejo.
La infamia, la indignidad del Gobierno, que dice serlo de España, que, contra toda evidencia, asegura representar a todos los españoles, no parece conocer límites. Lejos de asumir su vergonzante protagonismo, en el que, sin duda, es ya uno de los más ignominiosos capítulos de la democracia, el Gobierno, contumaz en su abyección, de la que nos da cumplida muestra cada día, se defiende, como siempre, arremetiendo contra el Partido Popular, al que acusa de torticero.
La España libre no debe olvidar permanecer ajena a este nuevo escándalo. Debe hacer oír su voz para que el asesino, aparentemente recuperado de su “dolencia”, vuelva a una prisión de la que nunca debió salir. La España decente debe responder con contundencia democrática, castigando en las urnas, a un sátrapa que, no sólo ha renunciado a representarle, sino que le desprecia y le humilla cada vez que se presenta la ocasión.
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